La joven solo pudo
respirar. Tumbada en la cama con los ojos cerrados, el corazón en
un puño y el alma
susurrando sus recuerdos. El miedo a equivocarse o a haberse
equivocado. La historia
de los temores. Tener el presentimiento
de que las cosas no irán
bien, e imaginar
modificar lo que vendrá, por la cobardía de lo malo que pueda venir.
Y solo le quedaba
soñar. Dio un par de vueltas en su
cómoda cama, intentando hacerle
un hueco a tantos
sentimientos que ni siquiera ella conocía. O no quería conocer.
Pero pensó que era
mejor así. Soñando libre. Sin un reloj que cuente las horas que
quedan. Sin un aviso
previo. Tan solo con su mente. Olvidando
los motivos de su
sufrimiento. Y siendo
un poco más feliz. Soñando que no está
triste. Con el corazón
hablando a gritos. Y
cerrándole la puerta. Porque a veces,
aunque sea en pocas
ocasiones, tanto el
corazón como la mente se equivocan, y la solución, simplemente,
está en soñar.