.

domingo, 23 de octubre de 2011

Juguemos a un juego.

Se trata de taparse los ojos con una venda. Sentarse en una silla sin respaldo. Si te desequilibras, caes, cual balanza perdida en el espacio. Mantente inerte. Convierte en un punto muerto. Localizado en una parte perdida de un universo infinitamente paralelo. No pienses en nada. Despeja completamente tu mente. Deja los brazos muertos. Los dedos separados. Los labios entreabiertos, sintiendo el aire rozando el interior de tu boca. Siéntete  un monje budista. ¡No! No te muevas, recuerda que la silla no lleva respaldo. Reincorporate. Sonríe levemente, hazle pensar al mundo que lo tenias todo controlado. Les convences. Mientes, pero les convences. Vaya, increíble, no es fácil hacer creer al jurado de las emociones cosas que no son. Bravo por ti, lo estás haciendo bien joven. No abras los ojos, la venda no es lo suficientemente opaca como para no poder ver más allá de lo imposible. Recuerda que no estás. O estás. Extraño. ¿Quién sabe? Un juicio. No, más bien una prueba. Reto personal ante ti misma. No ladees. No finjas. Tápate los oídos. Olvida que existe el sonido externo. Tan solo escucha tu interior. No habla. No escucha. Solo siente. Comienza a dar vueltas. La silla se descontrola. Y entonces, despiertas.